2ª ETAPA 08-05-2011 Año XVIII Nº 978 Edita: Familia Salesiana de Piura
¡Vengan y verán!
Jesús camina a nuestro lado en nuestro peregrinar por este mundo
Mantener viva la alegría de la resurrección de Cristo es uno de nuestros cometidos. Porque por la muerte y resurrección de Cristo la humanidad se ha introducido en la esfera divina y ha recibido la promesa de la vida eterna. La vida la humanidad ha cambiado y eso no puede dejarnos indiferentes. El relato evangélico comienza describiéndonos las expectativas fracasadas de los discípulos de Emaús, cómo ellos esperaban que Jesús "fuera el futuro liberador de Israel" y, en cambio, "lo condenaron a muerte y lo crucificaron". Todos nos hemos podido sentir, alguna vez, decepcionados por Dios al no cumplir nuestros deseos. Así nos ocurre a nosotros cuando no entendemos sus planes en el mundo, en la Iglesia, en nuestra vida. Y, al igual que los discípulos de Emaús, nos hundimos, protestamos, porque no entendemos. Podríamos decir
como ellos: esperábamos y, sin embargo, no ha sido así. Pero el evangelio nos enseña que Jesús camina a nuestro lado en nuestro peregrinar por este mundo. Y que debemos estar atentos para reconocerle y poder escucharle la explicación del verdadero sentido de nuestra vida, mirándola desde la óptica de
Dios y no desde la óptica humana. Descubriremos, entonces, que nuestras esperanzas no sólo se han visto cumplidas sino desbordadas, aunque no del modo o en la dirección que nosotros queríamos. San Lucas nos ha legado una importante catequesis: la Eucaristía -la fracción del pan, como la llamaban los primeros cristianos- es el momento privilegiado para que los cristianos descubramos al Resucitado. Y, además, este encuentro con Jesucristo debe servimos como motor para toda la semana y poder descubrir al Señor presente en muchas otras realidades de nuestra vida ordinaria. En la medida que vivamos la Eucaristía nuestra vida cambiará
DIOS NOS HABLA ESTA SEMANA
3er. Domingo de Pascua
Lo reconocieron al partir el pan
1ª Lec. Hechos de los apóstoles 2,14.22-33
El día de Pentecostés, Pedro, de pie con los Once, pidió atención y les dirigió la palabra: "Judíos y vecinos todos de Jerusalén, escuchad mis palabras y enteraos bien de lo que pasa. Escuchadme, israelitas: Os hablo de Jesús Nazareno, el hombre que Dios acreditó ante vosotros realizando por su medio los milagros, signos y prodigios que conocéis. Conforme al designio previsto y sancionado por Dios, os lo entregaron, y vosotros, por mano de paganos, lo matasteis en una cruz. Pero Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio, pues David dice, refiriéndose a él: "Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, exulta mi lengua, y mi carne descansa esperanzada. Porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me has enseñado el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia." Hermanos, permitidme hablaros con franqueza: El patriarca David murió y lo enterraron, y conservamos su sepulcro hasta el día de hoy. Pero era profeta y sabía que Dios le había prometido con juramento sentar en su trono a un descendiente suyo; cuando dijo que "no lo entregaría a la muerte y que su carne no conocería la corrupción", hablaba previendo la resurrección del Mesías. Pues bien, Dios resucitó a este Jesús, y todos nosotros somos testigos. Ahora, exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo que estaba prometido, y lo ha derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo."
Salmo responsorial
R: Señor, me enseñarás el sendero de la vida.
2ª Lec. 1Pedro 1,17-21
Queridos hermanos: Si llamáis Padre al que juzga a cada uno, según sus obras, sin parcialidad, tomad en serio vuestro proceder en esta vida. Ya sabéis con qué os rescataron de ese proceder inútil recibido de vuestros padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha, previsto antes de la creación del mundo y manifestado al final de los tiempos por nuestro bien. Por Cristo vosotros creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, y así habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza.
3ª Lec. Lucas 24,13-35
Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: "¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?" Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replico: "¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?" Él les pregunto: "¿Qué?" Ellos le contestaron: "Lo de Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron." Entonces Jesús les dijo: "¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?" Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.
Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo: "Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída." Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos
y lo reconocieron. Pero él desapareció. Ellos comentaron: "¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?" Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: "Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón." Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
nos pocos buscan la libertad....
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